Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas
Y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Yo soy yo y tú eres tú.
Y si por casualidad no encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.
Fritz S. Perls
Fritz S. Perls
Cuando la persona no siente ningún límite entre él mismo y el ambiente que le rodea, cuando siente que es uno con él, está en confluencia con el ambiente. Las partes y el todo se hacen indistinguibles entre sí.
Los niños recién nacidos viven en confluencia; no tienen ningún sentido de distinción entre dentro y fuera, entre ellos mismos y el otro. En momentos de éxtasis o concentración extrema, la gente adulta también se puede sentir confluyendo con su ambiente, desaparecen los límites y la persona se siente más él mismo debido a que está identificado con el grupo, normalmente sentimos en forma bastante aguda el limite entre el yo-mismo y el otro, y su disolución temporal es experimentada como algo muy impactante.
Cuando este sentido de identificación total es crónico y el individuo es incapaz de ver la diferencia entre él mismo y el resto del mundo, está psicológicamente enfermo. No puede vivenciarse a sí mismo pues ha perdido todo sentido de sí mismo.
La persona en la cual la confluencia es un estado patológico no nos puede decir qué es ella ni puede decirnos lo que son los demás. No sabe hasta dónde llega ella misma y dónde comienzan los demás.
No se da cuenta del límite entre si mismo y los demás, no puede hacer un buen contacto con ellos. Tampoco puede retirarse de ellos. De verdad, ni siquiera puede contactarse consigo mismo.
Estamos compuestos por millones de células. Si fuésemos una confluencia seríamos una masa informe y no habría organización posible. Por el contrario, cada célula está separada la una de otra por una membrana porosa, y esta membrana es el sitio de contacto y de discriminación en que se define lo que es "aceptado" y lo que es "rechazado". Sin embargo, si nuestras partes componentes, que no sólo operan como partes del ser humano total, sino que también realizan algunas funciones particulares, son juntadas y mantenidas en una confluencia patológica, entonces ninguna de ellas podría realizar su trabajo adecuadamente.
Tomemos como ejemplo una inhibición crónica: ganas de llorar reprimidas en varias ocasiones, ya que el deseo de llorar no fue permitido, con lo que se contrajeron deliberadamente los músculos del diafragma. Supongamos más aún que esta forma de comportamiento, que originalmente surgió como un esfuerzo consciente por suprimir la necesidad de llorar, se convirtiera en algo habitual y automático. La respiración y la necesidad de llorar se confundirían y se harían confluyentes entre sí. Entonces habríamos perdido ambas actividades, la capacidad de respirar libremente y la capacidad de llorar. Incapaz de sollozar, nunca soltaría ni concluiría su pena; es
incluso posible que luego de transcurrido un tiempo olvidaría el motivo de su pena.
Tanto la necesidad de sollozar, por una parte, como la contracción del diafragma como defensa en contra de la expresión de esta necesidad, forman una línea de batalla única y estabilizada de actividad y contractividad. Esta lucha perpetua transcurre todo el tiempo y en forma aislada del resto de la personalidad.
El hombre que está en confluencia patológica hace un ovillo de sus necesidades, sus emociones y sus actividades, resultando una confusión tal que no se da cuenta de que es lo que quiere hacer. Ni de cómo se lo está impidiendo.
Si la confusión entre la respiración y el sollozar, que mencionábamos antes, se mantiene por el tiempo suficiente, puede resultar un asma. La confluencia patológica tiene también serias consecuencias sociales. En la confluencia, se exige similitud y se niega la tolerancia de las diferencias. A menudo encontramos esto en padres que consideran a sus hijos como meras extensiones de ellos mismos. Tales padres carecen de la noción de que sus hijos están destinados a ser distintos a ellos en al menos algunos aspectos. Y si los hijos no son confluyentes y no se identifican con las exigencias de sus padres, se encontrarán con rechazo y alienación: "Tú no eres hijo mío", "Yo no quiero a un niño tan travieso".
Cuando el hombre que está en confluencia patológica dice: “nosotros”, uno no puede saber de que está hablando, si de sí mismo, o del resto del mundo. Ha perdido completamente el sentido del límite.
“Etimológicamente la palabra confluencia (confluir) significa “juntarse”, como cuando las aguas de dos ríos se encuentran y navegan juntas, no se pueden diferenciar. En las personas que confluyen el self y el medio ambiente navegan juntos, como si fueran una sola unidad. La confluencia como mecanismo de defensa consiste en estar siempre de acuerdo con lo que los otros piensan y dicen. Las personas confluyentes no aportan ninguna crítica, ninguna objeción, no tienen ninguna originalidad; su potencial existencial y creativo está considerablemente disminuido por el hecho de que escapan al contacto diferenciado de confrontación, que es tan enriquecedor en el desarrollo.”
Los mecanismos de la confluencia son los siguientes:
Polaridad:Patología de Contacto. Un quedarse parado. La no existencia.
Dificultad de retirada
Antídoto: Diferenciación
Aspecto Creativo: Trascendencia. Capacidad para trascender los límites
de la persona e individualizarse.
Movilizador: Retroflexión
Los niños recién nacidos viven en confluencia; no tienen ningún sentido de distinción entre dentro y fuera, entre ellos mismos y el otro. En momentos de éxtasis o concentración extrema, la gente adulta también se puede sentir confluyendo con su ambiente, desaparecen los límites y la persona se siente más él mismo debido a que está identificado con el grupo, normalmente sentimos en forma bastante aguda el limite entre el yo-mismo y el otro, y su disolución temporal es experimentada como algo muy impactante.
Cuando este sentido de identificación total es crónico y el individuo es incapaz de ver la diferencia entre él mismo y el resto del mundo, está psicológicamente enfermo. No puede vivenciarse a sí mismo pues ha perdido todo sentido de sí mismo.
La persona en la cual la confluencia es un estado patológico no nos puede decir qué es ella ni puede decirnos lo que son los demás. No sabe hasta dónde llega ella misma y dónde comienzan los demás.
No se da cuenta del límite entre si mismo y los demás, no puede hacer un buen contacto con ellos. Tampoco puede retirarse de ellos. De verdad, ni siquiera puede contactarse consigo mismo.
Estamos compuestos por millones de células. Si fuésemos una confluencia seríamos una masa informe y no habría organización posible. Por el contrario, cada célula está separada la una de otra por una membrana porosa, y esta membrana es el sitio de contacto y de discriminación en que se define lo que es "aceptado" y lo que es "rechazado". Sin embargo, si nuestras partes componentes, que no sólo operan como partes del ser humano total, sino que también realizan algunas funciones particulares, son juntadas y mantenidas en una confluencia patológica, entonces ninguna de ellas podría realizar su trabajo adecuadamente.
Tomemos como ejemplo una inhibición crónica: ganas de llorar reprimidas en varias ocasiones, ya que el deseo de llorar no fue permitido, con lo que se contrajeron deliberadamente los músculos del diafragma. Supongamos más aún que esta forma de comportamiento, que originalmente surgió como un esfuerzo consciente por suprimir la necesidad de llorar, se convirtiera en algo habitual y automático. La respiración y la necesidad de llorar se confundirían y se harían confluyentes entre sí. Entonces habríamos perdido ambas actividades, la capacidad de respirar libremente y la capacidad de llorar. Incapaz de sollozar, nunca soltaría ni concluiría su pena; es
incluso posible que luego de transcurrido un tiempo olvidaría el motivo de su pena.
Tanto la necesidad de sollozar, por una parte, como la contracción del diafragma como defensa en contra de la expresión de esta necesidad, forman una línea de batalla única y estabilizada de actividad y contractividad. Esta lucha perpetua transcurre todo el tiempo y en forma aislada del resto de la personalidad.
El hombre que está en confluencia patológica hace un ovillo de sus necesidades, sus emociones y sus actividades, resultando una confusión tal que no se da cuenta de que es lo que quiere hacer. Ni de cómo se lo está impidiendo.
Si la confusión entre la respiración y el sollozar, que mencionábamos antes, se mantiene por el tiempo suficiente, puede resultar un asma. La confluencia patológica tiene también serias consecuencias sociales. En la confluencia, se exige similitud y se niega la tolerancia de las diferencias. A menudo encontramos esto en padres que consideran a sus hijos como meras extensiones de ellos mismos. Tales padres carecen de la noción de que sus hijos están destinados a ser distintos a ellos en al menos algunos aspectos. Y si los hijos no son confluyentes y no se identifican con las exigencias de sus padres, se encontrarán con rechazo y alienación: "Tú no eres hijo mío", "Yo no quiero a un niño tan travieso".
Cuando el hombre que está en confluencia patológica dice: “nosotros”, uno no puede saber de que está hablando, si de sí mismo, o del resto del mundo. Ha perdido completamente el sentido del límite.
“Etimológicamente la palabra confluencia (confluir) significa “juntarse”, como cuando las aguas de dos ríos se encuentran y navegan juntas, no se pueden diferenciar. En las personas que confluyen el self y el medio ambiente navegan juntos, como si fueran una sola unidad. La confluencia como mecanismo de defensa consiste en estar siempre de acuerdo con lo que los otros piensan y dicen. Las personas confluyentes no aportan ninguna crítica, ninguna objeción, no tienen ninguna originalidad; su potencial existencial y creativo está considerablemente disminuido por el hecho de que escapan al contacto diferenciado de confrontación, que es tan enriquecedor en el desarrollo.”
Los mecanismos de la confluencia son los siguientes:
Polaridad:Patología de Contacto. Un quedarse parado. La no existencia.
Dificultad de retirada
Antídoto: Diferenciación
Aspecto Creativo: Trascendencia. Capacidad para trascender los límites
de la persona e individualizarse.
Movilizador: Retroflexión
De acuerdo a la Psicoterapia Gestalt, cuyo fundador es Fritz S. Perls (1893-1970)